El Cristo de la Habana guardián de la bahía, bendice a todos desde cualquier lugar, pareciera que da la bienvenida aquellas personas que llegan a su capital.
Con 24 metros de alto y a 50 sobre el nivel del mar, Inaugurado el 25 de diciembre de 1958 el Cristo de La Habana contrasta con las grises piedras del entorno: las fortalezas de los Tres Reyes del Morro, la Real Punta y San Carlos de la Cabaña, a la entrada de la bahía habanera.
Se dice que tras el asalto al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957, Martha Fernández Miranda, esposa de Batista, prometió levantar una imagen de Cristo que pudiera ser vista desde cualquier punto de la ciudad si su esposo lograba salir con vida. A raíz de este pronunciamiento, se le hace el encargo a la escultora Jilma Madera, la cual comenzó el proceso de construcción de las piezas en Italia y una vez terminado, todo se trae a la habana, con la bendición del Papa Pio 12. El montaje comenzó en septiembre del 58 y concluyo el 25 de diciembre del mismo año, con la presencia del propio Batista y a solo una semana del triunfo de la Revolución Cubana.
En 1961, 1962 y 1986 sufrió los impactos de descargas eléctricas que fueron reparadas hasta colocar un pararrayos como solución final. En 2017, por los excepcionales valores artísticos y ser icono en la identidad capitalina, se declaró Monumento Nacional.
Visitamos a una gran amiga y confidente suya Marlen Espinosa, la cual orgullosa de contar con su amistad, relata haber compartido historias de su carrera, anécdotas de su juventud, amores imposibles y alguna que otras vivencias personales de la escultora.
Conoció a Lilia Jilma Madera Valiente, pinareña de pura cepa, en un viaje por los países del campo socialista en el año 1982, visitaron, Polonia y Checoslovaquia, ella una joven de 21 años y Jilma entradita en años, en ese momento no le pregunto por discreción pero ya con el tiempo y en confianza se confesó nacida el 18 de septiembre del 1915.
Durante ese viaje surgió una empatía muy especial, ella era sumamente divertida, alegre, derrochaba una energía positiva contagiosa.
Efectivamente, nos cuenta que según la propia autora, la expectativa de muchos era que el Cristo fuera algo parecido al Cristo de Rio de Janeiro en Brasil, pero Jilma era muy autentica para no hacer algo bien distinto inspirado en su modelo muy particular de hombre con facciones de cubano ¡lo soñó y esculpió bien varonil! con labios muy carnosos ojos oblicuos que hablaban por si solos, en chancletas y sobre todo, muy importante con nariz griega, como la de ella- en si “Un Cristo como el gran amor de su vida”.
Vivió en Lawton en la Calle B esquina 15, al fondo una escuela primaria que la mantenía entretenida el día entero entre los juegos y el bullicio infantil, a solo tres cuadras de la de Espinosa en un barrio tan humilde como ella, a pesar de haber nacido en cuna de oro.
Coleccionaba con mucho celo libros muy valiosos como las obras completas de José Martí perfectamente colocados en un librero rustico de ladrillos diseñado y hecho con sus propias manos, novelas, y su gran pasión, su gran orgullo, el estudio (parecido a un hangar) al fondo de la casa donde paso largas y extenuantes horas dándole vida e imaginación a sus diseños, bocetos en yeso y piedra que luego se convertirían en históricas, únicas y lindas obras.