Queda incluso, al menos, una vieja fotografía del que fuera el primer automóvil que rodó en Cuba: un Le Parisien francés importado por José Muñoz.
El primer auto de Cuba lo importó José Muñoz en 1898. Había terminado la Guerra de Independencia contra España, y Muñoz, que había pasado ese tiempo en Francia, conocía de los autos de entonces.
Dicho país era uno de los pioneros en esa nueva forma de transporte que se imponía poco a poco a los viejos carruajes tirados por caballos u otro cuadrúpedo con fuerza suficiente para moverlos.
Con clara visión de lo que representarían en el futuro, a su retorno a la Isla trajo un auto construido por la fábrica La Parisienne, cuyo costo fue de 4 000 francos franceses. El motor era de un solo cilindro y usaba gasolina, con lo que desarrollaba una velocidad de 12 km/h.
Este auto no solo lo consideraba Muñoz para su uso personal; realmente era una propaganda móvil para el negocio que en un futuro pensaba establecer mediante la representación de la compañía en Cuba, cosa que logró casi de inmediato.
No demoraría mucho en importarse, de la misma marca Le Parisien, lo que pudiera haber sido el primer vehículo para uso comercial; adquirido por La Guardia y Compañía, propietarios de la fábrica de tabacos y cigarros Hijos de Cabañas y Carvajal, para agregar así una nueva forma de entrega de sus producciones a los almacenes y distribuidores correspondientes.
Se sucedieron así distintas compras individuales que, al igual que en Europa y Estados Unidos, obedecían al principio de que la tenencia de un vehículo auto propulsado como los que aquí mencionamos, se convertía en un elemento de ostentación y de rango social.
No fue casual que el segundo auto importado para uso personal correspondiera al farmacéutico, propietario de numerosas casas, edificios y prestamista, Dr. Ernesto Sarrá, quien en 1899 trajo de París un Rochet & Schneider, monocilindro por gasolina, de ocho hp de fuerza y que alcanzaba una velocidad de 30 km/h, para superar en velocidad al traído por Muñoz.