Eso de “tanto navegar para morir en la orilla” resume la tragedia del Iolaire, cruel ironía del destino para aquellos audaces marinos que volvían a casa.
Iolaire significa, en gaélico, Águila. Este fue el nombre con el que bautizaron en tiempos de la Primer Guerra Mundial al yate de lujo HMS Almathea, construido en 1881 y que, al estallar el conflicto bélico en 1914 fue habilitado con armas de fuego para dedicarse a labores de patrullaje y antisubmarinas.
El 11 de noviembre de 1918 se decretó el cese al fuego y con ello comenzó el retorno a casa de numerosos miembros de la Armada Real, quienes afortunadamente habían vencido los peligros del mar y las batallas.
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Entre ellos se encontraban los que llegaron, en trenes abarrotados, hasta Kyle of Lochalsh, en la zona occidental de las Highlands (tierras altas), Escocia, Reino Unido de Gran Bretaña, con el fin de tomar el ferry de vapor SS Sheila rumbo a la isla de Lewis y Harris (1).
Era el 1ro de enero de 1919. El ferry en cuestión no tenía capacidad para recibir a todos los veteranos y por ello la Armada Real destinó al Iolaire, anclado en la isla, para que trasladara al resto de los pasajeros.
El navío cruzó el canal de Minch en busca de su carga, y aunque podía acomodar unos 100 hombres, a las 9 y media de la noche partió de regreso hacia Lewis y Harris con cerca de 300, 80 chalecos y dos botes salvavidas.
📷: “Erigido por el pueblo de Lewis y sus amigos en agradecida memoria de los valientes hombres de la Armada Real que perdieron la vida en el desastre del “Lolaire” en las Bestias de Holm el 1 de enero de 1919. De los 205 fallecidos, 175 eran nativos de la isla y por ellos y sus camaradas Lewis sigue llorando, con gratitud por su servicio y con dolor por su pérdida”.
Nunca antes el Iolaire había navegado en horas nocturnas hacia el puerto de Stornoway. A unos 19 km de su destino, las condiciones del tiempo empeoraron. La nave marchaba a toda máquina cuando impactó las rocas conocidas como Las Bestias de Holm, a menos de un kilómetro de la costa.
Con el choque, el yate se agujereó e inundó velozmente; los exhaustos viajeros, en su mayoría, fueron arrojados al mar o arrastrados por la borda y tuvieron que pelear contra la fuerza de las aguas en medio del vendaval, con sus pesados uniformes y botas.
Se reportaron 205 fallecidos, la mayoría de la zona de Lewis. John Finlay MacLeod, un aguerrido marino de 32 años, fue uno de los sobrevivientes y su pronta reacción le permitió conservar no solo su vida sino la de muchos otros.
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John consiguió tomar una soga y entregar un extremo de ella a otro marinero a bordo que se encargó de asegurarla; se despojó entonces de sus botas y nadó hasta tierra con el otro extremo, a pesar del violento oleaje y los cortes y magulladuras que los arrecifes le ocasionaron; al llegar, estableció una línea de rescate que logró salvar a 40 marinos; el resto ganó la orilla por sus propios medios.
Casi todos las victimas pertenecían a la Real Reserva Naval; algunos habían estado ausentes por cuatro años; todos volvían con la esperanza de disfrutar la tan añorada paz.
LA INVESTIGACIÓN DE LOS HECHOS.
El 8 de enero se llevó a cabo una investigación naval, estrictamente privada, cuyos resultados se hicieron públicos en 1970. Como todos los oficiales a bordo del Iolaire fallecieron en el siniestro fue imposible determinar si hubo un culpable, y a pesar de esta primera pesquisa y otras que la siguieron, nadie pudo determinar la causa de lo ocurrido.
No obstante, se coincide en que el Lolaire debió haber disminuido la velocidad al entrar a la bahía y llevar más botes salvavidas, en tanto habían triplicado su capacidad de pasaje.
Los sobrevivientes relataron que la travesía hacia Stornoway resultó incómoda pues todas las áreas estaban atestadas; era una noche muy oscura iluminada de vez en vez por el destello de faros lejanos, el tiempo y la visibilidad se deterioraban a medida que avanzaban y el cruce del canal de Minch se convirtió en un viaje desafiante.
EN EL RECUERDO
El naufragio del Iolaire ha quedado registrado en la historia naval británica como la peor catástrofe marítima después del hundimiento del Titanic, particularmente por el impacto que causó en la población de la isla de Lewis y Harris, que perdió un quinto de sus habitantes durante la contienda mundial y que con el hundimiento de la nave fue testigo, por semanas, de la aparición de los cadáveres.
El 10 de enero de 1919, apenas una semana después del infortunado hecho, la Gaceta Stornoway publicaba:
"Nadie vivo en Lewis puede olvidar el 1 de enero de 1919, y las generaciones futuras hablarán de él como el día más negro en la historia de la isla(...). El terrible desastre en Holm en la mañana de Año Nuevo ha sumido cada hogar y cada corazón de Lewis en un dolor indecible".
El sufrimiento se arraigó tanto en los habitantes de Lewis y Harris que, por muchos años, ni los sobrevivientes ni las familias de estos ni de los que perecieron fueron capaces de hablar sobre la tragedia del Iolaire.
Como si lo anterior no fuese suficiente para oscurecer la vida en la isla, esta también fue presa de los estragos de la pandemia de la gripe española, por lo que se afirma que prácticamente una generación de jóvenes fue eliminada.
Hoy, un pilar conmemorativo erigido en 1958 recuerda a todos los que entran en el puerto de Stornoway aquel triste y punzante “vuelo” final del Águila.
Nota: (1) Lewis y Harris es una única isla escocesa de las Hébridas Exteriores, dividida por montañas. Los dos tercios septentrionales se conocen como Lewis mientras que el tercio meridional, como Harris.