Viajar de Portugal a Argentina, en solitario, a bordo de un velero de casi 9 metros, es la Historia de Mar de Juan Manuel Ballestero que hoy le traigo
A principios de marzo el nuevo coronavirus,y su enfermedad les convirtió en pandemia, arruinando los planes, rompiendo sueños y poniendo en pausa cualquier proyecto. Se paró la vida, acechada por un desconocido peligro real, con un futuro muy incierto que nadie podría vaticinar. Con las ordenes de “cero movilidades”, se sentenció a todos a permanecer donde estaban.
Juan Manuel Ballestero, un argentino de 47 años, estaba en la pequeña isla de Porto Santo, perteneciente al archipiélago portugués de Madeira, y no pretendía quedar confinado allí durante la pandemia que se asomaba en el horizonte. Juan Manuel Ballestero tomó una decisión: regresaría a su casa en Argentina.
Pero no había medio de transporte público que lo llevara, todos estaban detenidos. Sin embargo, Ballestero tenía un as bajo la manga, su pequeño velero de 8,80 metros que había comprado en Barcelona, llamado “Skua” (nombre de una gaviota del Polo Sur) y tenía, también, el propósito de ir a pasar el Día de los Padres con su familia.
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Juan Manuel Ballestero, de oficios navegante, socorrista, surfista y como profesión, aventurero, se preparó para cruzar el océano Atlántico. Dibujó su itinerario de 10 000 km. Su única escala sería en las islas de Cabo Verde, frente al continente África, donde se abastecería de combustible para el motor auxiliar del velero, por si había que usarlo.
Cargó alimentos enlatados: guisos de lentejas y judías con chorizo, atún y frutas en conserva (160 latas), 4 botellas de vino y una de whisky, además de buena cantidad de agua. Aunque no imaginó entonces cuánto duraría el viaje. Consiguió también cartas náuticas, un radio de alta frecuencia con 30 km de alcance y un sistema de identificación automática.
El 24 de marzo zarpó de Porto Santo rumbo a Mar del Plata, en solitario, y con una meta: pasar el tercer domingo de junio con su padre, un marino de 90 años, excapitán de un buque pesquero (quien le enseñó a navegar) y con su mamá, de 82. Carlos y Nilda. Nadie lo despidió en el muelle, solo las autoridades portuarias lo vieron partir.
Navegó bordeando la costa africana hasta la altura de Cabo Verde, donde planeó abastecerse, pero no le permitieron acercarse, la policía marítima embistió su velero conminándolo a retirarse de sus aguas jurisdiccionales. Y no le quedó otra que aventurarse a cruzar el Atlántico. Sin embargo, esa noche una misteriosa luz le seguía.
Ya le habían advertido que por esas aguas pululaban piratas del siglo XX y, al verse perseguido, cambió el rumbo y los perdió “viento en popa a toda vela”. Pero el buen viento se marchó para dar paso a una “calma chicha”, la que lo hizo recurrir al whisky y al vino para espantar la terrible soledad que lo embargaba. Pero resultó peor.
Esa semana “al pairo” fue una pesadilla, sobre un espejo de agua de 5 km de profundidad, con el tiempo corriendo y los abastos descendiendo. Diez días duró la tortura, durante los cuales rezó y rogó a Dios. Y fue entonces que regresó el viento y el “Skua” volvió a surcar las aguas del Atlántico con rumbo a Suramérica.
Camino a casa, con 48 días de navegación, cerca de las costas de Brasil, el mar se encrespó y olas de 4 y 6 metros lo golpearon con fuerza, obligando a Ballestero a arribar a la ciudad de Vitória, en Espíritu Santo, reparar las averías y sanar sus moretones. De vuelta a la Mar, navegó raudo hasta que finalmente, después de 82 días de navegación, atracó en el Club Náutico de Mar del Plata, Argentina.
Pero no pudo desembarcar, primero tuvo que rendirse a los protocolos de la COVID-19 y, tres días más tarde, le permitieron abrazar a su padre a bordo del “Skua”. El pueblo lo recibió como un héroe y toda la prensa lo vitoreó. A través de los medios, Juan Manuel Ballestero, envió este mensaje a los televidentes, radioyentes y lectores:
Lo que aprendí en este viaje es a continuar, a perseverar en mi objetivo. A no flaquear mi convicción, a pensar en positivo y a tener mucha fe. No hay que abandonar. Siempre la hora más oscura es justo antes del amanecer.