Aunque surgido en el siglo XIX, el Ferrocarril Metropolitano, Metro, continúa siendo protagonista en la dinámica de las principales urbes del planeta.
El sistema de transportación subterráneo –concepto al que se asocia el Metro, aunque existan trayectos que transcurran total o parcialmente en la superficie– ha devenido eficaz solución de tránsito en un mundo en el que el crecimiento poblacional en las grandes ciudades es preocupante; y con ello, la congestión de circulación en las vías, entre otros fenómenos.
El Ferrocarril Metropolitano es hijo del proceso de transformación económica, tecnológica y social que definió a la Revolución Industrial, período de giro en la historia en cuanto a la importancia y al incremento de transportación respecta, tanto de mercancías como de personas.
Por eso no es casual que en Londres se construyera e implementara el primer Metro, en 1863, porque precisamente Reino Unido era potencia líder en ese momento; no solo en lo político, sino también en lo económico y técnico.
Otras grandes ciudades comenzaron a concretar proyectos de transporte subterráneo en los albores del siglo XX, por ejemplo, el primer tramo del Metro de París es terminado en 1900; el primer Metro en Alemania, en 1912 en Berlín. También en América aparece el Metro de Buenos Aires, Argentina, en 1913, convirtiéndose así esa nación pionera en América y adelantándose incluso a varios países europeos.
La funcionalidad del Ferrocarril Metropolitano es indudable, conectividad de forma rápida, elevada cobertura poblacional, asequible a diversos sectores sociales, frecuencia alta y estable.
Dentro de los procesos actuales de reconfiguración urbana se favorece cada vez más la creación y ampliación de red de muchos de estos, con una evolución notable del producto en factores como instalaciones, vehículos…, uno de los logros más recientes son los sistemas plenamente automatizados con líneas de Metro sin conductor que operan en algunas metrópolis.
En el orden ingenieril existen obras impresionantes, como el intercontinental Marmaray que une Europa y Asia por debajo del estrecho de Estambul; y ni que hablar desde el punto de vista estético, la belleza y originalidad enamoran al más pragmático, tal es el caso del metro de Toledo, en Nápoles, con un diseño basado en temas de luz y agua.
Asimismo, destacan el metro de Bilbao, España, con sus entradas de vidrio curvo; o Olaias, Lisboa, en Portugal, verdadera joya del arte moderno; por solo elegir unos ejemplos al azar.
Como ven, más de un siglo de vida –no obstante, los diversos medios de transportación existentes hoy– no han hecho desaparecer al Ferrocarril Metropolitano, que promete seguir creciendo a la par de las ciudades y sus habitantes.