
Durante mi infancia las calles de mi ciudad estaban repletas de ellos. Su singular cabina era inconfundible, aunque solo muchos años después descubrí el apodo que le identificaba en todas partes: cabezón. Duro, robusto e inconfundible; el Z206 de Pegaso nos acompañó durante media vida. Esta columna intenta rendirle merecido tributo.
El proyecto del Pegaso Z206 nació a principios de 1954. Comenzaba una nueva etapa, lejos de Hispano-Suiza, y se intentaba modernizar el Pegaso II Diésel. Al final, se tuvo un camión totalmente nuevo en diseño: había nacido ”el cabezón“.
Se lanzó en 1956, con una capacidad inicial de 8 toneladas, que escalaría hasta 10 toneladas. Con su configuración normal, el Z206 tenía una longitud total de 7.6 m y un ancho de 2.45. Su sello de identidad, sería la nueva cabina. De tipo portante, enteramente metálica, apoyaba en el bastidor mediante soportes elásticos de goma, aislándola de las vibraciones del auto bastidor y con el asiento del conductor regulable. Además, permitía la instalación de una litera y el piso era parcialmente desmontable, facilitando el acceso al motor. Para rematar, su diseño incluyó ventanas y parabrisas amplios, de gran visibilidad, con el ”lujazo“ de tener visera parasol. ¡Eran los años cincuenta!
Inicialmente, llevó un motor de 140 CV y 9.3 L, pero enseguida llegó el novedoso ”diez“, un cuatro cilindros, diésel, de 10. 17 L de desplazamiento y 165 CV. Tenía sistema de inyección directa, con bomba Bosch, de embolo, tipo PE-6B-90E.
El cambio de velocidades era de 4 marchas, con multiplicador, las cuales eran accionadas por el conductor con un mando situado a su derecha, y podían ser multiplicadas por la palanca de mano instalada en la parte izquierda de la columna de dirección. Así, se conseguían hasta ocho marchas hacia delante y dos hacia atrás. Su velocidad máxima, en cuarta multiplicada, era de 73km/h. Además, en la parte posterior del cambio tenía instalado un dispositivo antiretroceso, para asegurar la inmovilidad, independiente del freno de mano, y para facilitar el arranque del camión en las cuestas arriba.
La dirección era de mecanismo de tornillo sin fin y sector helicoidal. Tenía una servo-dirección Pegaso-Virex, funcionando mediante aire a presión. Por su parte, los frenos incluían tres opciones: de aire comprimido, de tipo mecánico, y freno motor. Este resultaba particularmente útil para retener el camión en los descensos.
Con esta ”mole“ rodante se lanzaron por años a la carretera conductores de varios continentes. El ”cabezón“ dejo su impronta dondequiera que fue, a la par de los grandes de entonces. Todavía hoy encontramos algún renegado en lugares intrincados, y agrestes, allí donde su mecánica robusta y rudimentaria resulta ideal.