Con criterios radicales para EE. UU. el Tucker se reveló como todo un fenómeno y tuvo una popularidad “viral”. Esta es la historia de este fallido proyecto.
Luego de lograr reseñas importantes en la prensa y crear inmensas expectativas —como vimos en la anterior entrega— el proyecto tuvo un desarrollo atropellado.
Preston tuvo que resolver la financiación mediante un controvertido sistema y luego enfrentar problemas tecnológicos. Por último, llegaron los traspiés puestos desde fuera.
Los problemas en detalles
Tucker encontró importantes obstáculos técnicos y conspirativos. Motor y transmisión debieron ser cambiados. El motor tuvo problemas con el mando a las válvulas y jamás logró los 150 CV prometidos y menos los 15 km/L. Se sustituyó con el motor de helicópteros Franklin, cuya fábrica adquirió Preston, de 166 CV.
La transmisión Cord, diseñada para un auto de motor y tracción delanteros, no pudo con la potencia y el torque. Se llamó al diseñador de la flamante transmisión Dynaflow de Buick, para crear una Tuckermatic. El resultado de solo 27 piezas, unas 90 menos que las similares de la época, tuvo problemas en la marcha atrás.
Aun así, el Tucker era un reto imposible para los demás fabricantes que, tras contribuir al “esfuerzo bélico”, necesitaban relanzar los modelos existentes previos al conflicto. El Gobierno, por su parte, debía retribuir su “patriotismo” y así, todo estaba listo para la acusación de la U.S. Securities and Exchange Commission y la Oficina del Fiscal General, por los procedimientos de financiamiento de Tucker.
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Punto Final
Fue un juicio demorado, de mala publicidad y, aunque resultó absuelto, dejo la compañía quebrada y la fabricación del coche inviable.
Todavía años después, el filme con su historia: Preston Tucker, un hombre y su sueño costó no pocos sinsabores a su creador, Francis F. Coppola, quien tuvo que esperar once años, desde 1975, para poder realizarla.
Para garantizar autenticidad, el filme estuvo asesorado nada menos que por Alex Tremulis, diseñador del Tucker, y también colaboró George Lucas. Él y Coppola son propietarios de sendos Tucker.
Coppola ha declarado sobre el Tucker: “…ese hermoso y atractivo automóvil despertó mi imaginación, pero fue algo más: me dio una completa visión de lo que sería nuestro país en veinte o treinta años, basado en nuestra posición en el mundo… nuestra innovación tecnológica”. Dato curioso: su padre fue uno de los inversores en el proyecto Tucker.