Es una carrera corta, básicamente de aceleración, de unas cuatro cuadras de longitud. Pueden ser de autos, motos y hasta camiones, de cualquier tamaño, potencia y tipo.
Compiten dos vehículos, más o menos similares. Parten juntos, lado a lado, de posición detenida y a una señal, aceleran. Salen rapidísimo y gana el primero que cruce la raya de sentencia, a 404.3 m de la salida. Todo transcurre en solo unos segundos.
¿Cómo es? Un piloto lo narró así: ”al dar la señal acelero a fondo, el ruido es ensordecedor (rugen ambos motores apagando el chirrido de los neumáticos y los gritos del público enardecido), una fuerza descomunal me estruja contra el respaldo del asiento, respiro fuerte, no puedo apartar la vista del tacómetro ni de la pista (la cual se ha convertido ahora en una línea difusa), todo vibra y se estremece, aferrado al timón con una mano, con la otra acciono la palanca de cambio y pongo 2da, el carro se menea, temo salirme de la pista y aprieto el timón con ambas manos, la velocidad es brutal (entre 250 y 300 km/h), cambio a 3ra y veo la meta final que pasa fugaz sin darme tiempo a pensar porque hay que empezar a detener el carro, activo una manivela y lanza el paracaídas, cae inmediatamente la velocidad, voy frenando. No sé a ciencia cierta si conseguí récord, pero siento que la velocidad fue impresionante. Estoy un poco mareado y cuando me sacan del carro, apenas puedo mantenerme en pie. Poco a poco me voy recuperando“.
Hoy todo es más profesional: pistas asfaltadas, semáforos para la arrancada, velocímetros láser, metas electrónicas. Sin embargo, los fanáticos de los ”arrancones“ no olvidan la imagen que inmortalizó Hollywood de estas competencias, en aquellos tiempos en que eran topes callejeros e ilegales. ”noche cerrada, las luces de los autos iluminan el camino (improvisada pista), sufren los motores con esos acelerones en seco, una bella joven se adelanta a los carros y se para en medio de sus trayectorias, se zafa el moño y con su pañuelo en alto, da la arrancada“.
Cuentan los historiadores que los ”piques“ nacieron en California, Estados Unidos, a fines de los años 40 e inicios de los 50 del siglo pasado. No en la ciudad, sino en cortos y apretados caminos vecinales, poco transitados, para animar las aburridas noches de verano. Los jóvenes mecánicos más capaces ponían a punto sus ”cacharros“ y mostrar habilidades ante un público entusiasta, compuesto por novias, admiradoras, amigos y contrarios. Y esta modalidad del automovilismo se fue extendiendo.
Pero pronto las autoridades (que no entendían que los ”piques“ como diversión son mucho más simples y baratos que las drogas actuales) se dieron a la tarea de cazar a los infractores de la Ley. Ahí nacieron las leyendas de Dyno Don Nicholson, un joven de 17 años que tenía en jaque a la policía, la cual lo persiguió con saña sin poder alcanzar nunca su formidable Chevrolet 1934 (años más tarde construyó el primer ”funny car“); o Don Big Daddy Garlits, que fabricó luego el primer ”dragster“.