Al ciclista Carlos Hernández Calderón le pasó un tractor por encima. Así, como se lo cuento. Iba rodando por la senda que le correspondía y el conductor del vehículo agropecuario, con esas ruedas inmensas, se abalanzó sobre él como una aplanadora, y lo dejó tirado, sobre el asfalto.
Era el año 2011 y Carlos, natural de Güira de Melena, se entrenaba para la Copa Cuba de ciclismo de pista. No imaginaba, con esas ganas que siempre tiene de andar en los embalajes, que su carrera en este deporte estaría punto de concluir por la irresponsabilidad de un hombre que, además, fue muy insensible.
Estuvo un año y medio ingresado en un hospital para recuperarse de las lesiones sufridas en una de sus piernas y en la boca, sobre todo en la mandíbula, que quedó totalmente descolgada y hecha añicos.
Carlos, empedernido amante del deporte de las bielas y los pedales, cada vez que tenía una oportunidad le preguntaba al médico si podría volver a montar bicicleta, y este, asombrado, siempre le respondía lo mismo: «muchacho, primero tienes que restablecerte, y después veremos, pero no te hagas muchas ilusiones; quedaste vivo de milagro».
Pero él, con esa voluntad de hierro, salió del hospital, siguió la rehabilitación, se levantó de la silla de ruedas, pudo hablar de nuevo, miró para la esquina donde estaba la bicicleta, la acarició, y ante los ojos atónitos de todos, se volvió a montar en ella.
«Primero fueron unos pocos kilómetros. Tenía un poco de miedo, pero no mucho», cuenta este tenaz hombre, quien en la segunda edición de la Clásica 200 Kilómetros que organizó el pasado domingo 11 de diciembre la revista Excelencias del Motor, en la autopista Habana-Pinar del Río, llegó a estar en el pelotón final de los escapados, cuando un fuerte calambre lo obligó a descolgarse. «Pero si hubiera podido seguir, me hubiera lanzado en el sprint y ahí soy una fiera», me cuenta.
Recuerda que cuando volvió al ciclismo después del accidente, corrió en La Guayaba, uno de los sitios más concurridos por los practicantes de este deporte, y le ganó una vez, incluso, a los mejores de entonces en la selección nacional de ruta, entre ellos, Arnold El Chiqui Alcolea.
Desde su vivienda hasta la Guayaba hay 70 kilómetros, los cuales cubre pedaleando, luego entrena o compite allí (más de 80 km) y retorna a casa, otra vez sobre su bicicleta. Lo mismo hizo para tomar la largada en la Clásica de 200 km, cuando salió a las 4:00 de la madrugada de Güira de Melena.
Para Carlos, la bicicleta es como una parte de su cuerpo, no puede vivir sin ella. Cuando era joven, competía en las pruebas de velocidad en la pista. Dice que en los años finales de la década del 80 del siglo pasado, era rival de Francisco Alemán, Carlos González, Gil Cordovés y otros pedalistas sobresalientes de esa época.
Después, volvió a finales de los 90 y corrió con Amehd López, Julio César Herrera, y alcanzó podios en Juegos del Alba y Olimpiadas del deporte cubano.
Ahora, en las competencias para máster, en la categoría 40-49 años, él es una de las figuras que más lustre le da al movimiento ciclístico cubano. Su tenacidad para volver a las competencias ha sido el mejor sprint de su vida. En la misma raya de meta ha dejado atrás a los escépticos, a los que se rinden rápido, a los que no confían en sí mismos. Carlos es campeón de la vida. Que es la medalla que vale.